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Cine y teatro / Obras con denominador comín

Los dos diálogos de Sigmund Freud

Por Marcelo Stiletano | LA NACION

Viggo Mortensen, el cerebral Freud que contrasta con Jung en el film Un método peligroso.

Hay privilegios que sólo podría darse una ciudad tan devota del psicoanálisis como Buenos Aires. Uno de ellos es la posibilidad de ser testigo, por partida doble, de la habilidad verbal de Sigmund Freud para mantener batallas dialécticas de altísimo vuelo con interlocutores-adversarios capaces de colocarse a su altura.

En el escenario del Multiteatro, con puesta de Daniel Veronese, un Freud próximo a la muerte recibe en Londres -casi en el mismo momento en que el Reino Unido se incorpora a la Segunda Guerra Mundial- al escritor C. S. Lewis (Luis Machín), un militante convencido y fervoroso del cristianismo. Pero mucho más un crítico furibundo del ateísmo, que precisamente es uno de los puntales del modo en que Freud (un inmenso Jorge Suárez) observa al mundo.

Vale la pena colocar este encuentro, planteado a primera vista desde el contraste de ideas más visible y recargado que podría imaginarse, con el otro gran diálogo protagonizado por Freud que por estos días engalana la oferta artística porteña. En este caso cinematográfico, con la provocadora firma de David Cronenberg y la magnética personificación de Viggo Mortensen, que da vida a un Freud de nariz postiza y aparente invencibilidad intelectual.

Podemos atenuar los justificados reproches al demorado estreno de Un método peligroso en el hecho de que ahora está en cartel al mismo tiempo que la obra teatral La última sesión de Freud . Nada mejor que poner frente a frente a la película y a la obra teatral, cuyo común denominador (Freud dialogando) se posiciona por sobre las distinciones más claras: la obra teatral especula sobre un diálogo que nunca existió y la película se apoya en hechos reales.

En la plenitud de su vida y de su obra (la película se sitúa en Viena, a comienzos del siglo XX) aparece Carl Jung (Michael Fassbender), al principio dispuesto a renunciar a sus propias convicciones para abrazar el credo freudiano. Andando la historia (y el film) el contrapunto entre ambos aparece todavía más violento y subterráneo, disimulado por la elegancia de la puesta en escena de Cronenberg, que la esgrima a la que se someten desde el escenario teatral el otro Freud y Lewis.

Cronenberg nos cuenta en su película, a través de Jung, que el primer diálogo entre él y Freud se extendió por 13 horas. En el teatro nos queda la sensación de que cualquiera de los encuentros entre Freud y Lewis pudo tener esa misma extensión inabarcable. Ni la conversación teatral ni la cinematográfica nos agotan. Ambas son extensas, generosas en brillantes diálogos que reclaman del espectador la máxima concentración.

El Freud teatral cuestiona a Lewis por abrazar creencias que considera meras supersticiones. El Freud del cine afirma que Jung "practica el misticismo y la mojigatería". Pero ambos también tienen sus momentos de debilidad. Tambalean, en el más explícito sentido de la palabra. Vale la pena seguir ese camino paralelo, en el que un mismo personaje puede entregarnos tantas convicciones y dudas. Y tanta riqueza desde dos virtuosas puestas que se complementan, enriqueciendo la mirada del espectador. Un privilegio que hoy sólo puede darse en Buenos Aires..